30.8.07

Ciempiés

Ciempiés [C:2015]


Es la increíble crónica de un monte bajo el manto estrellado de la incomparable biografía de un sendero de herradura remotamente transitado en el inimaginable relato de un ciempiés enroscado.

- ¡Izquier, un, dos, tres, maaaaaaaar! – iba al compás perfecto en medio de la noche.

A su paso las puertas de las casitas sobre la ladera se cerraban y las luces se desvanecían por el murmullo de su andar.

- ¡Atención! ¡Flanco derecho! ¡Ya!
- ¡Paso redoblado! ¡Ya!

Y el ciempiés continuaba su marcha cuesta arriba hasta el claro donde la lluvia fina comenzaba a encharcar.

- ¡Atención! ¡Detenerse! ¡Ya!
- ¡Reunirse! ¡Ya!

Y como si fueran uno los cien pies se fueron enroscando sobre si hasta formar un bloque.

- ¡Atención! ¡Dispersarse! ¡Ya!

Y de pronto cada par de pies tomaron un rumbo distinto cuando comenzó el sonido ensordecedor levantando hasta el último de los pies en tierra.

Y esta es la ignominiosa historia del hombre del fusil al hombro.

Brazos Vacíos

Brazos vacíos [C:2013]


- Eran los brazos – dijo la mujer en voz pausada y serena – los sentía tan livianos que dolían.

- Remítase a los hechos, por favor.

- Los hechos… ¿Me da un poco de agua? No me dan suficiente y mi saliva se vuelve espesa.

El ayudante trajo un vaso de agua mientras el silencio reinaba en el auditorio. Bebió lentamente sosteniendo con ambas manos el vaso del preciado líquido. Cuando terminó lo extendió hacia el ayudante sin mirar.

- ¿Puede continuar?

- ¿Eh? Sí. – hizo una pausa como intentando enfocar la imagen en su mente – Recibí el llamado. Una señorita me anunciaba que había sido aprobado el crédito de la corporación. Yo lo había solicitado meses atrás porque tendría muchos gastos, pero ya no. Al día siguiente fui a la oficina indicada. Me di un baño antes de salir. El agua me ardió en la piel. Y mis brazos…

- A los hechos por favor

- Si. En la corporación me dieron una ficha con un número. Esperé mi turno y cuando llegué donde el funcionario le dije que ya no necesitaba el crédito. Se molestó conmigo. Pero ¿sabe? A mi no me gusta discutir. Me levanté de la silla y salí. Caminé mucho tiempo. Tengo tanto tiempo. Pasé por el parque y me sentí cansada, así que me senté en el banco. Fue entonces cuando la escuché. Lloraba con ese llanto ahogado que extrañaba. La mujer junto a ella gritaba desesperada: ¡Cállate, maldita, cállate! ¡No te soporto! ¡Deja de llorar, mocosa! ¡Puta vida! y se fue, la dejó sola. Tenía que hacer algo. No podía dejarla ahí. La tomé entre mis brazos… temblaba pero dejó de llorar. Era preciosa, sus ojitos dulces con lágrimas y su cabello suavecito. Y mis brazos… dejaron de dolerme.

- Continúe con los hechos, por favor.

- Caminé tanto que se hizo tarde. Así que la llevé a mi piso. La atendí como se debe. No lloró en toda la noche ni al día siguiente. Yo solo quería ayudarla, devolverla. Pero no pude. Luego comenzó a llorar. Lloró por horas. No recuerdo nada más. Me duelen los brazos…

El ayudante se acercó a ella con algo envuelto en una manta. La mujer extendió sus brazos temblorosa. Sostuvo el paquete acunándolo mientras tarareaba una canción.

2.8.07

Divergencia


Como todas las mañanas dio dos vueltas en la cama ordenándole a su vejiga que aguantara unos minutos más pero las punzadas eran casi dolorosas y siempre le habían dicho que aguantar era muy malo para la salud. Se incorporó de un salto y mientras vaciaba la tensión de su bajo vientre recordó que hoy era el gran día, el día por el que había esperado años. Terminaría al fin con aquel asunto.

Puso especial cuidado al acicalarse: Cepilló su cabello lacio, largo y con una habilidad espeluznante lo trenzó hacia atrás recogiéndolo todo en una moña perfecta sobre la nuca. Roció fijador por ser una ocasión especial. El espejo de pared fracturado levemente en la esquina superior derecha, parecía sonreirle, la mujer reflejada en él estaba más viva que nunca. Alisó con la mano los pliegues que le hacía la falda, revisó las medias veladas que no tuvieran un solo rasguño, se acomodó el cuello de la blusa y abotonó los puños delicadamente. Del cajón superior de la cómoda sacó un frasco de perfume que aplicó coquetamente tras el lóbulo de cada oreja, escogió los zarcillos que hicieran juego con el collar de perlas. Alistó su pequeño maletín de viaje con dos mudas - por si acaso - su cepillo de dientes y la bolsa de maquillaje. Hizo una llamada corta mientras se calzaba los tacones de terciopelo. Antes de salir del apartamento revisó con cuidado que las ventanas estuvieran aseguradas y cortó el suministro de gas.
Salió del ascensor y se acercó a la recepción contoneando las caderas.

- ¿Llegó el gran día?

- Si, Vicente, por fin. Volveré en una semana y te invitaré un café.

- Por supuesto. ¿Algún recado?

- Nada, sólo guarda mi correspondencia.

- Con mucho gusto - respondió Vicente esbozando un gesto de duda.

- ¿Algo más?

- No, no, solo espero que todo salga bien... - Dudó de nuevo - ¿Tiene miedo?

- No, Vicente, he esperado esto por muchos años. - le mandó un beso con la mano, alejándose lentamente hacia la puerta.

- Mucha suerte entonces, Don Joaquín

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