6.12.09

Epitafio

"... Y con el paso de los días
el temor porque viniera
se fue convirtiendo en el miedo
a que no lo hiciera. Y jamás lo hizo..."

(La insoportable levedad del ser - Milan Kundera)


Ella cumplía su palabra: Nunca Más
El se traicionaba.
Ella aprendía a caminar sin su sombra.
El detuvo su andar.
Ella renacía al amor.
El moría en soledad.

¡Ella!


El...

3.12.09

Luna Llena


Luna plena
que acompañas mi noche
déjame bailar para tí
déjame celebrar
que su sombra desapareció
mírame
aquí
bajo el claro de tu sonrisa
escuchando al viento
que aleja las nubes

Luna llena
que me devolviste la paz,
la serenidad
y el amor...
el verdadero amor
que es cosa de niños
porque para amar
basta con escuchar
el latido del corazón
aprender a divertirse
y no pensar en el mañana
basta con ser capaz de sorprenderse
cada día.

Aquí estoy
con mis ojos azules
y mi alma como un prisma
refractando su amor...

1.12.09

Un cadáver de lagartija

Creo que fue la lagartija muerta que encontré en su nevera sucia y vacía lo que me dio el impulso para sacarlo de mi vida. Mientras él buscaba una tarjeta con el teléfono de su papá, yo me quedé mirando aquel cadáver patas arriba, seco y tieso, como si estuviera viéndole el alma al poeta. Como si estuviera viendo en lo que se convirtió nuestra relación: Un cadáver nauseabundo.

Siete meses estuve a su lado esperando que resucitara, pero un hombre cuando se muere por dentro, no importa que camine, jamás avanza. Y ahí estaba yo estancada en una relación sin sentido dejando pasar mis días y semanas y en cualquier momento me convertiría en otro cadáver más.

Me fui a la habitación y lo miré con serenidad casi sonriendo:

- Hay un cadáver de lagartija en tu nevera.
- ¿Si? ¿Quién la habrá mandado a meterse ahí? – respondió en medio de una carcajada.

¿Qué diablos tenía yo en común con un tipo así?

Sentí asco. Sentí lástima. Sentí que me ahogaba.

Cenamos, bebimos una botella de vino y nos fuimos hasta la estatua a buscar música y más licor. Es posible que en mi interior lo que en realidad quería era anestesiar ese sentimiento nuevo que estaba descubriendo.

Recitamos “A Solas” a dúo como al principio, pero esta vez tenía sentido cada verso para mí: “Donde fuiste feliz todo ha muerto”, “Pero ya mi esperanza no te nombra”, “ya para qué decirnos ‘todavía’ si una voz grita en nuestras almas: ¡Nunca!”, “Ave fue nuestro amor, ave viajera y las aves se van cuando hace frío”.

Se me fue el amor del pecho como se va la lluvia cuando el viento aleja las nubes, suavemente. Quise retenerlo apelando a una esperanza remota de volver a avivarlo, pero al igual que aquel cadáver que seguramente aún reposa en su nevera, mi amor se petrificó.

Cantamos, seguimos bebiendo. La gente de la estatua se siente cómoda conmigo, no con él. Les agrada, pero no se sienten cómodos en su presencia. Y él no soportaba verme libre y feliz, no soportaba saberme en paz sin él. Y no soportaba que…

Y cuando las sombras cubrían las cosas
y en el ancho cielo la luna brillaba,
de entre las palmeras brotaba su canto
y como una flecha a su casa llegaba.
¡Cómo la quería! Cómo le cantaba sus ansias de amores
y cómo vibraba con él su guitarra.
Y yo tras las palmas con rabia le oía
y entre canto y canto colgaba una lágrima.
Lágrima de hombre, no crea otra cosa,
que los hombres lloran como las mujeres
porque tienen débil, como ellas, el alma.

¿Qué pasaba por su mente con esa mirada de odio encendida?

Y sentí rabia porque tan objeto me hizo él como quien rasgaba la guitarra al pedir su aprobación para cortejarme. Y es que los músicos y los poetas olvidan que las mujeres y las lunas no somos un premio o una pertenencia.

Entonces volví a ser la “gran perra” en la que el poeta me convirtió. Volví a ser la manoseada de sus noches, la que le sirvió la mesa y se sirvió en bandeja. Volvió a verme desde los celos que lo atormentan no por amor sino por soberbia. Volvió a mirarme con ese rencor que nace en él cuando me soy deseada por otro, cuando otro me canta sus versos y me ve feliz por ello.

Entonces usó lo único que le quedaba para dominarme: mi familia.
Irrumpió en mi hogar a la madrugada para llevarse el punto y obligarme a ir con él.
Entonces sentí odio y desprecio.

¿Cómo pude amar a un poeta cuyos versos son vacíos?
¿Cómo se atreve a hacerme morir otra vez?

Entonces las notas de la guitarra me hicieron vibrar de nuevo y decidí sacar mi espada y destruir la flor y el jarrón para siempre y supe que el cadáver de lagartija sería su próxima cena.
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