1.12.09

Un cadáver de lagartija

Creo que fue la lagartija muerta que encontré en su nevera sucia y vacía lo que me dio el impulso para sacarlo de mi vida. Mientras él buscaba una tarjeta con el teléfono de su papá, yo me quedé mirando aquel cadáver patas arriba, seco y tieso, como si estuviera viéndole el alma al poeta. Como si estuviera viendo en lo que se convirtió nuestra relación: Un cadáver nauseabundo.

Siete meses estuve a su lado esperando que resucitara, pero un hombre cuando se muere por dentro, no importa que camine, jamás avanza. Y ahí estaba yo estancada en una relación sin sentido dejando pasar mis días y semanas y en cualquier momento me convertiría en otro cadáver más.

Me fui a la habitación y lo miré con serenidad casi sonriendo:

- Hay un cadáver de lagartija en tu nevera.
- ¿Si? ¿Quién la habrá mandado a meterse ahí? – respondió en medio de una carcajada.

¿Qué diablos tenía yo en común con un tipo así?

Sentí asco. Sentí lástima. Sentí que me ahogaba.

Cenamos, bebimos una botella de vino y nos fuimos hasta la estatua a buscar música y más licor. Es posible que en mi interior lo que en realidad quería era anestesiar ese sentimiento nuevo que estaba descubriendo.

Recitamos “A Solas” a dúo como al principio, pero esta vez tenía sentido cada verso para mí: “Donde fuiste feliz todo ha muerto”, “Pero ya mi esperanza no te nombra”, “ya para qué decirnos ‘todavía’ si una voz grita en nuestras almas: ¡Nunca!”, “Ave fue nuestro amor, ave viajera y las aves se van cuando hace frío”.

Se me fue el amor del pecho como se va la lluvia cuando el viento aleja las nubes, suavemente. Quise retenerlo apelando a una esperanza remota de volver a avivarlo, pero al igual que aquel cadáver que seguramente aún reposa en su nevera, mi amor se petrificó.

Cantamos, seguimos bebiendo. La gente de la estatua se siente cómoda conmigo, no con él. Les agrada, pero no se sienten cómodos en su presencia. Y él no soportaba verme libre y feliz, no soportaba saberme en paz sin él. Y no soportaba que…

Y cuando las sombras cubrían las cosas
y en el ancho cielo la luna brillaba,
de entre las palmeras brotaba su canto
y como una flecha a su casa llegaba.
¡Cómo la quería! Cómo le cantaba sus ansias de amores
y cómo vibraba con él su guitarra.
Y yo tras las palmas con rabia le oía
y entre canto y canto colgaba una lágrima.
Lágrima de hombre, no crea otra cosa,
que los hombres lloran como las mujeres
porque tienen débil, como ellas, el alma.

¿Qué pasaba por su mente con esa mirada de odio encendida?

Y sentí rabia porque tan objeto me hizo él como quien rasgaba la guitarra al pedir su aprobación para cortejarme. Y es que los músicos y los poetas olvidan que las mujeres y las lunas no somos un premio o una pertenencia.

Entonces volví a ser la “gran perra” en la que el poeta me convirtió. Volví a ser la manoseada de sus noches, la que le sirvió la mesa y se sirvió en bandeja. Volvió a verme desde los celos que lo atormentan no por amor sino por soberbia. Volvió a mirarme con ese rencor que nace en él cuando me soy deseada por otro, cuando otro me canta sus versos y me ve feliz por ello.

Entonces usó lo único que le quedaba para dominarme: mi familia.
Irrumpió en mi hogar a la madrugada para llevarse el punto y obligarme a ir con él.
Entonces sentí odio y desprecio.

¿Cómo pude amar a un poeta cuyos versos son vacíos?
¿Cómo se atreve a hacerme morir otra vez?

Entonces las notas de la guitarra me hicieron vibrar de nuevo y decidí sacar mi espada y destruir la flor y el jarrón para siempre y supe que el cadáver de lagartija sería su próxima cena.

2 Comments:

Blogger SmartContent said...

Se necesita valor para tomar la espada y evidenciar el rompimiento de lo que ya estaba roto por dentro.

Ser capaz de “reconocer” la lagartija, habitante intemporal del alma propia y, sobre todo, armarse de coraje para ponerla fuera sin palabras maquilladas ni retorno.

Cómo nos aferramos a la esperanza de que “algún día…” y seguimos conviviendo, cenando, durmiendo y, a veces, hasta fornicando, con el cadáver de lo que soñamos y no era (o ya no es).

4:14 p. m.  
Blogger Carmen Posada said...

Mejor interpretación no pudiste hacer, caro mío.

Qué bueno que volvieras a mi presente y no te quedaras suspendido entre los parajes de aquel hotel del eje cafetero colombiano como un vago recuerdo.

Gracias por tus palabras... libre y en paz. Al fin.

4:34 p. m.  

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