4.7.07

El Cliente (Texto Ganador Desafío de la imagen No. 20) - [C:234306]


Gracias por quienes votaron por mi cuento y gracias por todos los participantes que mantienen vivo el Concurso dándonos la oportunidad a todos de crear, crecer y aprender de los demás.

El Cliente

- Tengo que irme, esta fue la última vez. Despidámonos así sin más.

- ¿De qué hablas?

- ¡De eso, Arietta, que no vendré más!

- ¡Vamos! Como si te creyera…

- Esta vez es cierto, le han vendido la estación a los gringos y me he quedao sin trabajo. No puedo darme el lujo de mantener a mi familia y seguir viéndote. Tengo 52 años. No conseguiré trabajo y quién sabe cuando nos paguen lo convenido. Perdí la pensión. ¿Qué más quieres?

- Son treinta años, Pote, treinta años. Viniste la primera vez recién casadito y tu mujer preñada. No te dejó tocarla durante ninguno de sus embarazos. Cinco seguidos. Yo era la que te recibía a la hora que fuera en mi cama. Y yo siempre esperando que un día me sacaras de la pocilga. Porque yo te hice hombre, Pote, te hice hombre amándote dos veces por semana durante treinta años. Has venido a mí no sólo para satisfacerte, me trajiste tus miedos, tus tristezas, tus alegrías, tus promesas de hacerte rico un día. No me vengas con eso ahora. Justo ahora que ya no espero nada.

Respiró profundo buscando decir algo que la hiciera entrar en razón. Que facilitara el momento para ambos.

- Una puta siempre tiene de qué vivir. - dijo, pasando su mano por la cadera recostándo su cabeza en la curva de la cintura.

Arietta miró hacia el espejo frente a ellos y, mientras el brillo de sus ojos desaparecía en medio de una mueca que aparentaba ser sonrisa zurcada por una lágrima teñida de rimel, contestó:

- Pote, hace 25 años que el único cliente que atiendo sos vos.

Ménage à trois

Si recordar es vivir
¿Qué pasa cuando empiezas a olvidar?
¿Será, entonces,
que comienzas a morir un poco?
(Cobardía No. 67, Serie “Huellas y Cobardías”, C. Posada, Abril de 2003)

Ménage à trois

- ¿En qué piensas?

- En nada…

Ella recostó la cabeza sobre el pecho de Felipe, creyendo que al hacerlo podría espantar aquellas imágenes.

Felipe no estaba seguro de querer continuar la conversación.

- ¿En nada? No te creo – Aseguró a pesar de las mil razones que tenía para no seguir.

- Está bien que no lo hagas. Sólo deja que se vaya. Algún día se irá.

- No se irá hasta que tú no decidas dejarlo ir. Lo sabes, lo se. Y él, mi amor, él también lo sabe.

- Algún día se irá… ¡Te lo prometo!

La tele anunciaba una bebida: “…Amar es no prometerse nada para cumplirlo todo…”.

Ella no lo amaba ni lo amaría. Acababa de prometer algo que con certeza no podría cumplir. Felipe se levantó insatisfecho y comenzó a vestirse.

- ¿Te vas?

- Si, no me gustan los ménage à trois.

Ella se incorporó y desvió la mirada hacia la ventana.

- Es como un niño grande de 8 años. – dijo lentamente con la mirada perdida en el recuerdo – La primera vez que amanecí en su cama quise hacerle el desayuno. Le pregunté cuántos huevos quería y respondió que 4. ¡Cuatro huevos! ¿Puedes creerlo? ¿Quién desayuna con 4 huevos? Pero yo no lo conocía, y creí que era en serio. Me aparecí 15 minutos después con un Te, pan caliente y cuatro huevos en una bandejita que encontré sobre el extractor. Se rió de mí. Pero se comió todo y se despidió con un beso…

- ¡No hagas esto! ¡No quiero que sigas haciendo esto!

- Le gusta mucho el ron – ignoró ella – y los mojitos con hojas de romero. La música y la bulla de las barras de fútbol. Le gustan más las barras que el fútbol. Sus hijos son lo mejor de él. Ella tiene 18 años. Es hermosa y está enamorada. El tiene 11 años y juega ajedrez. Es el chico más bello que he conocido, además de cariñoso e inteligente.

- ¡No sigas, por favor!

- Le gustan los tallarines en todas sus formas y la carne, mucha carne. De res y de cerdo. Fuma pipa, a veces. Le regalé picadura de Brandy y olía delicioso. “…Parece un film de Carlitos Chaplín…” cantaba por las mañanas. Olía delicioso en las mañanas… y en las tardes… y en las noches.

- Te estás haciendo daño…

- Tiene una plancha antigua en su biblioteca, y papeles por montones. Duerme con la tele encendida y ronca muy fuerte cuando está boca arriba. A veces se levanta a comer a la madrugada y le gusta el jugo de banano con leche. Le gusta la leche. – Su mirada continuaba ausente ahora empañada por las lágrimas – ¿Entiendes? Le gusta la leche. ¿Sabes? Yo no soporto la leche. Pero lo amaba. Y él no sabía que lo amaba. No lo creyó. Y su olor se me quedó pegado. ¿Entiendes?

- No entiendo lo que haces.

- Le gusta el cine. Y caminar por las calles mirando las casas bonitas del barrio. Tratando de no sentir tristeza, tratando de encontrar un destello que rescate la fe. Caminamos y caminamos, vimos casas hermosas. Pero no encontró lo que buscaba y yo solo pude callar. Escapé de ahí. ¿Entiendes? Escapé y cuando volví ya solo quedaba un momento de locura e incongruencia. Una última cogida de caliente no más. Y después de eso ya solo le quedó la rabia y el desprecio. Me sacó de su cama y de su vida. Pero yo no. ¿Entiendes? ¡Yo no!

- No puedes amar a alguien que ya se fue aunque tú insistas en amar sus recuerdos.

- Prefiero amar sus recuerdos que no amar nada. Que olvidar y no sentir nada.

Felipe terminó de vestirse y la miró con toda la ternura que tenía para ella. Pero ella seguía con la mirada vacía, extraviada en el tiempo y la distancia, alejada del hoy, ausente de sí misma. No buscaba ninguna respuesta. Ya ni siquiera le quedaban preguntas.

Ya no le quedaba más que el recuerdo para mantenerse viva.

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