16.1.08

Por el ojo de la cerradura


Segundo lugar del Reto_Eride_Tachitta en el Club de la Pelea

I

Caminaba con paso acelerado para llegar o tal vez para huir como lo hacen aquellos cuya vergüenza los persigue. A Vincent no lo perseguía su vergüenza tan al pie como su culpa.

Cerró la puerta tras de sí y corrió la silla de junto para trancarla. Sabía que no era muy seguro, pero no había más en aquella habitación para protegerse. No había lugar seguro sobre la tierra para protegerse de los ojos del que todo lo ve y todo lo sabe.

Marcos 9, 45.47-48

45 Y si tu pie te hace caer, córtatelo: más te vale entrar cojo en la Vida que ser echado con los dos pies al abismo.
47 Y si tu ojo te hace caer, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios que ser echado al abismo con los dos ojos, 48 donde el gusano no muere y el fuego no se apaga.


Durante meses había sentido que lo acechaban, escuchaba las voces bajas hablando de él, de su fracaso, de su miseria. Podía soportarlo. Pero aquellas mujeres sucias ya eran demasiado.

AREUSA.- Las riquezas las hazen a estas hermosas e ser alabadas; que no las gracias de su cuerpo. Que assí goze de mí, vnas tetas tiene, para ser donzella, como si tres vezes houiesse parido: no parecen sino dos grandes calabaças. El vientre no se le he visto; pero, juzgando por lo otro, creo que le tiene tan floxo, como vieja de cincuenta años. No sé qué se ha visto Calisto, porque dexa de amar otras, que más ligeramente podría hauer e con quien más él holgasse; sino que el gusto dañado muchas vezes juzga por dulce lo amargo 798.

AREUSA.- Assí goze de mí, que es verdad, que estas, que siruen a señoras, ni gozan deleyte ni conocen los dulces premios de amor. Nunca tratan con parientes820, con yguales a quien pueden hablar tú por tú, con quien digan: ¿qué cenaste?, ¿estás preñada?, ¿quántas gallinas crías?, llévame a merendar a tu casa; muéstrame tu enamorado; ¿quánto ha que no te vido?, ¿cómo te va con él?, ¿quién son tus vezinas?, e otras cosas de ygualdad semejantes. ¡O tía, y qué duro nombre e qué graue e soberuio es señora contino en la boca!821 Por esto me viuo sobre mí, -43- desde que me sé conocer. Que jamás me precié de llamarme de otrie822; sino mía. Mayormente destas señoras, que agora se vsan. Gástase con ellas lo mejor del tiempo e con vna saya rota de las que ellas desechan pagan seruicio de diez años. Denostadas, maltratadas las traen, contino sojuzgadas, que hablar delante dellas no osan. E quando veen cerca el tiempo de la obligación de casallas, leuántanles vn caramillo823, que se echan con el moço o con el hijo o pídenles celos del marido o que meten hombres en casa o que hurtó la taça o perdió el anillo; danles vn ciento de açotes e échanlas la puerta fuera, las haldas en la cabeça, diziendo: allá yrás, ladrona, puta, no destruyrás mi casa e honrra. Assí que esperan galardón, sacan baldón; esperan salir casadas, salen amenguadas, esperan vestidos e joyas de boda, salen desnudas e denostadas. Estos son sus premios, estos son sus beneficios e pagos. Oblíganseles a dar marido, quítanles el vestido. La mejor honrra, que en sus casas tienen, es andar hechas callejeras, de dueña en dueña, con sus mensajes acuestas. Nunca oyen su nombre propio de la boca dellas; sino puta acá, puta acullá. ¿A dó vas tiñosa?
(1)

Estaba seguro de haberlas oído. Aunque la casera hubiera dicho que no es verdad. Que eran mujeres imaginarias, que todo estaba en su mente enferma.

II

El mozuelo llegó corriendo a la estación. Buscaba al inspector. Un crimen se había cometido y el único testigo era Raquel, la prostituta más joven de la Casa Amarilla pero se había desmayado de la impresión.
El inspector observó al muchacho instándolo a que se calmara. Los crímenes en zonas de tolerancia eran el pan de cada día. ¿Qué podría tener de diferente éste a los demás?

- ¿Como se llama la víctima?
- No monsieur, no se llama, no hay difunta esta vez.
- ¿Entonces por qué has venido a buscarme?
- No sé. No me dejaron ver a Raquel. El pintor entró donde ella, escuchamos un grito y el pintor salió. Uno dijo que mató a alguien.
- Si no hay cuerpo no hay crimen y si no hay crimen no hay caso.
- Pero si usted no viene a la Casa Amarilla vendrán a buscarlo los demás.
- Que vengan cuando encuentren un cuerpo.

El muchacho regresó al burdel.


III

Gaby le puso el frasco de sales a Raquel en la nariz quien volvió en si poco a poco. Continuaba aturdida hasta que miró sobre la mesa y ahí estaba la página del diario cubierta de sangre. Comenzó a gritar desesperadamente:

- ¿Llévenselo, llévenselo, por gracia de Dios, llévenselo!

Su compañera pidió un lavabo lleno de formaldehído y en ella lo vació todo. Habría que esperar a la policía para que se encargaran del resto. Le dio un agua de hierbas a Raquel para que se durmiera. Mientras lo bebía tenía la mirada perdida, los labios lívidos y temblaba como hoja al viento.

- ¿Qué te dijo Vincent?
- Dijo que me amaba. Que lo había hecho por mí.
- Ya, tranquila, duerme.

Escuchó el murmullo de una arenga afuera de la casa. Había llegado el mozuelo sin el inspector y los parroquianos estaban enardecidos. Se contaban unos a otros tratando de adivinar a quién había asesinado el pintor. Uno de ellos, armado de azadón estaba liderando: “Vamos por la policía o por el pintor” vociferaba. Finalmente decidieron buscar de nuevo al inspector y partieron rumbo a la estación con antorchas, palas, rastrillos y cualquier cosa que les sirviera de defensa. Ninguno faltaba así que la víctima tal vez era una de las mujeres.

IV

Vincent no podía respirar. Había regresado a la habitación pero temía entrar. Miraba por el ojo de la cerradura de la puerta del baño contiguo que comunicaba las habitaciones y por el cual había salido una hora antes rumbo a la Casa Amarilla. Había dejado la silla trancando la puerta y la cama sin deshacer. Desde ahí parecía como si la habitación se encogiera por el techo, como si quisiera envolverlo para devorarlo en un bocado. El retrato de su hermano Theo y el de su nueva esposa miraban con desden la cama en la que dormía cuando lograba hacerlo. Recordó en las horas de vigilia escuchando las voces hablando de él, en el retrato insultante que le hizo Paul, su íntimo amigo y en la cara de horror de Raquel, su amada, frente a su ofrenda de amor. Se sintió solo y abandonado aunque las voces no se callaban. Sudaba a pesar del invierno. Lentamente lo abandonaron las fuerzas y se quedó dormido.


V

El inspector accedió a ver la escena del crimen a sabiendas de que no era tal. ¡Malditos artistas! – pensó – no son de fiar. De no ir tendría que soportar la horda de bárbaros fuera de la estación.
En la Casa Amarilla reinaba el silencio. Los parroquianos se quedaron fuera esperando un dictamen. Gaby condujo al Inspector hasta la habitación de Raquel quien continuaba en su sopor. El inspector repasó la mesa donde el pintor había depositado el macabro trofeo. Aún dudaba de la existencia de un cuerpo. Salieron de la habitación hasta la calle. Anunció que esperaría al amanecer para continuar la investigación y se calmaron los ánimos al ver que se llevaba el lavabo para la inspección.
Cuando el alba lanzó su primer destello, el inspector se dirigió a buscar a Vincent. La casera le contó que había gemido toda la noche y que no salía del baño. Unos minutos después, Paul el amigo de Vincent se reunió con ellos y propuso forzar la entrada al no recibir respuesta luego de llamar durante varios minutos. El inspector voló la cerradura de un disparo, abrió la puerta y lo encontraron en el piso, en posición fetal y cubierto el rostro de sangre. Al escucharlos, Vincent se incorporó aturdido.

- ¿Qué te has hecho? – murmuró Paul horrorizado.
- Este hombre necesita un médico. – Sentenció el inspector.

Entre los dos lo ayudaron a levantarse y lo llevaron hasta el living de la casa. La imagen de la habitación vacía era lo único que recordaba del día anterior. El inspector pudo deducir fácilmente y sin mayores preguntas que Vincent no había cometido ningún crimen pero se debatía entre dejarlo libre o llevárselo detenido teniendo en cuenta que su estado mental era muy delicado.

Lo llevó custodiado al hospital para evitar que los parroquianos intentaran ajusticiarlo sin entender lo que realmente había sucedido. Después de que limpiaron la herida y aplicaron un curetaje, el inspector se lo llevó detenido evitando que hubiera represalias contra el pobre hombre. Sentía una pena profunda por él, por su delirio. A pesar de los años de servicio al departamento de policía de Arlès, de tantos casos y tantos crímenes, aún conservaba su sensibilidad en especial por las personas que perdían la razón. Le recordaban a su madre.

VI

Dos días después una duda seguía rondándole en la cabeza así que fue hasta el inquilinato y le pidió permiso a la casera para revisar la habitación de Vincent. Entró por el baño pues la puerta de acceso continuaba trancada por la silla. En el cajón de la mesita de la esquina encontró dos libros con unas páginas señaladas: el primero era de un autor español desconocido. Intentó leer el diálogo señalado pero no comprendía el idioma. Bajo éste reconoció “La Sagrada Biblia” buscó la página del Nuevo Testamento que el pintor había señalado, pero seguía sin entender la relación. ¿Qué lo había llevado a cercenarse una oreja? ¿Cómo descifrar algo que ni el mismo Vincent recordaba haber hecho? Pensó que llevándole ambos libros y un lienzo con pinturas tal vez el mismo Vincent le diera una pista.

La celda era cómoda pero demasiado gris. Con un trozo de carbón que encontró en su bolsillo, Vincent había comenzado a hacer algunos trazos sobre la pared. El inspector abrió la puerta y le entregó sus pertenencias.

- Encontré esto en tu habitación. Te servirá para hacer tiempo. En dos días más podrás irte, pero te recomiendo que te internes en un hospital. La próxima vez podrías hacerte más daño.

Agradecido, Vincent comienza a leer e voz alta el pasaje señalado del libro del autor español traduciéndole al tiempo al inspector. Es entonces cuando éste recuerda que la casera mencionó haberlo escuchado hablar solo, con mujeres imaginarias, maldiciéndolas por obligarlo a oír sus porquerías.

Vincent se pasa los dos días siguientes pintando sin parar. Antes de irse lo enseña con la promesa de terminarlo cuando se haya recluido. El inspector se sorprende al descubrir una réplica de la habitación con algunas alteraciones visuales que le llamaron mucho la atención. Vuelve al inquilinato y trata de buscar el ángulo visual pero no lo logra: Vincent había comenzado a dibujar La Habitación, vacía, tal y como la recordaba, vista por el ojo de la cerradura en la noche de su delirio.

(1) Comedia de Calisto y Melibea, Acto 12 – Fernando de Rojas, 1499

9.1.08

El título se lo ponés vos.

Quise escribirte algo cursi. Algo que de lo dulce te haga doler la pancita, de lo acaramelado te empalague y de lo ridículo te avergüence. Eso mientras encuentras tu cuaderno en el desorden de tu casa.

Quise empezarlo por ejemplo con esa frase de “No te vayas, corazoncito” que jamás imaginé leer de ti. Traté de recordar todas las cosas cursis que he escrito antes y parece que se esfumaron. Intenté reconstruir esos momentos en los que los amantes embelesados nos ofrecen una gala extravagante de cursilerías redactadas con el peor de los estilos: la erección. Y la pantalla se me quedó en blanco tantas veces que me asusté creyendo que es verdad que para ser cursi hay que haber amado y que en realidad nunca amé.

A lo largo del día y en varias oportunidades escribí frases grandilocuentes de las que salen de la cabeza y no del corazón o del alma, de las que se escriben con tinta y pluma pero sin sangre.

No podría pretender un refinamiento excesivo o sentimientos elevados al escribirte una carta que dista mucho de ser de amor, lo que me preguntaba era por qué no decirte a vos lo que quiero decirle a él. Y ese “No te vayas, corazoncito” comenzaría a tener un mejor sentido cuando lo acompañara de un “yo solo quiero que me sigas queriendo como cuando todavía me querías” para terminar cagándomelo si te dijera que “me robaste el corazón con el verde profundo de tus ojos y el fuego de tus besos”.

Entonces tendría que dejar de lado la cursilería porque vos no tenés los ojos verdes y jamás me has besado. El si.

Quiero buscarte en el mismo bar donde nos encontramos anoche. Para volver a escuchar mi risa tonta haciendo eco en medio de las cuatro paredes vacías de mi habitación y hacer un esfuerzo por sentirme menos ridícula al saber que te gustó encontrarme anoche, en ese bar al que nunca habías ido y contarte que el código de los paréntesis se me queda atascado entre el rubor inesperado y la conciencia de que no existís. El sí, pero ya no me quiere como me quiso cuando todavía me quería.




Dedicado a un tipo que conocí la otra noche en un bar de esos raros donde nada es lo que parece y nadie es capaz de ser quien es. Salvo cuando te hacen reir aún a la mañana siguiente
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